Una vez cumplido el trámite de sanidad se
da paso al ritual campesino de la “MUERTE DE CHANCHO”.
En los campos se suele decir que lo único que se pierde del chancho
es el grito. Y no dejan de tener razón. La cabeza cocida se planta
en medio de la mesa y preside el festín. Allí poco a poco
va perdiendo dignidad y quedándose sin orejas, hocico, etc. Con
ají picante y sopaipillas, pebre cuchareado, la cabeza del chancho
se convierte en una delicia.También da origen al queso de cabeza,que
es parte de lo gastronómico local.
Pero tal vez una de las faenas más simpáticas
y con un fuerte acento colonial es la de los chicharrones. Gruesas lonjas
de grasa y carne van cayendo a la olleta(o bien una olla con mas sabor
a ciudad de gran tamaño).Allí crepita la manteca y van
saliendo los crujientes chicharrones. En este ritual campesino se saborean
los “chincoles”, que son como los primos hermanos de los
chicharrones, pero más grandes y con bastante carne.
El pan amasado y el pipeño de la zona complementan
este manjar de dioses.
Y así entre tarea y tarea las mujeres de
la casa (ayudan fuertemente a los varones en la muerte de chancho) van
rellenando las tripas para las longanizas, separando los costillares
y lo que se puede destinar a jamón. Se hace paté, se consumen
las patitas, el cuero se ocupa en toda su extensión y en lo inmediato,
los perniles humeantes y las prietas se sirven acompañados de
papas cocidas.
En los viejos fogones de las casas de campo que
rodea a Chillán, todavía se ahuman las longanizas y la
carne salada que servirá para la alimentación durante
del frío y largo invierno. Y aunque al chancho solo se le pierde
el grito las dueñas de casa lo crían, alimentan, porque
estos redondos cochinillos les procuran la manteca blanca y untuosa
con que harán el pan y cocinarán a sus familias.